Karl Marx y Friedrich Engels han sido utilizados como excusa para muchas cosas y muchas de ellas con consecuencias siniestras. Sus pronósticos, los intentos de llevarlos a la praxis política, se han demostrado incompatibles con la naturaleza humana. Sin embargo, la mayoría de sus análisis históricos y planteamientos filosóficos, que revolucionaron la política y la sociología du rante el siglo XIX, han resultado acertados. Me refiero, por ejemplo, a la concepción materialista de la historia, al llamado materialismo histórico. Antes de que Marx y Engels definieran este concepto, la historia era una mera sucesión de fechas, grandes nombres y batallas. El marxismo demostró que el verdadero motor de la historia es la situación económica, el dinero, y que ni la Bastilla, ni el Palacio de Invierno hubieran sido asaltados si las familias de los atacantes no estuvieran pasando hambre y penuria. Paradójicamente, esa teoría se ha confirmado con el éxito histórico que significa la Unión Europea. Países vecinos, que desde su creación habían estado matándose mutuamente, de forma sistemática, regular y precisa cada 30 años, han dejado de hacerlo y ahora una guerra entre ellos nos parece, sencillamente, inconcebible.
El comercio, el materialismo, abre las fronteras y, poco a poco, la interdependencia económica evita conflictos
Es curioso como determinadas palabras tienen muy mala prensa. Ser “materialista” está socialmente muy mal visto. Es casi un insulto y, sin embargo, la historia nos demuestra que, mucho más allá de los grandes ideales, de los himnos y de las banderas particulares, las diferencias entre seres humanos desaparecen cuando compartimos objetivos tan “materialistas” como procurar la alimentación y la salud de nuestros hijos. Naturalmente que la globalización y el comercio mundial tienen necesidades de ajustes, aspectos que deben ser mejorados, pero, el balance global de los últimos 50 años, en salud, en democracia o en derechos humanos no puede ser considerado más que positivo. Solamente hay que mirar las cifras. El comercio, el materialismo, abre las fronteras y, poco a poco, la interdependencia económica evita conflictos y transforma sociedades y naciones, sin necesidad de sufrimiento ni de sangre, quizás de forma lenta, pero inevitable.
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