Ser o no ser

Euskadi se enfrenta a años decisivos para esbozar su futuro energético frente a una compleja disyuntiva: ser o no ser renovable. Por supuesto, el consenso ante tal paradigma es, prácticamente, unánime: queremos ser verdes. La cuestión es cómo, en un momento en el que la necesidad apremia y el tiempo vuela para abordar un reto de enormes dimensiones. Los datos ya lo advierten. La producción de energía renovable en el País Vasco es ínfima. El autoabastecimiento energético tan solo representa un 8,7%, un porcentaje que se sitúa a años luz del 41,8% de media europea y del 28,2% estatal, mientras que el consumo de energía limpia araña un raquítico 7,3%. Estos resultados implican que habrá que cuadruplicar su producción durante los próximos ocho años si queremos cumplir con la Ley de Transición Energética y Cambio Climático.

Un objetivo que, como ha puesto sobre la mesa el consejero de Industria, Mikel Jauregi, pasa por hacer “una reflexión como país” para debatir el papel que queremos desempeñar en una de las grandes transformaciones. Ya han pasado 18 años desde que entrará en operación el último parque eólico en la CAPV, y el aluvión de alegaciones a los nuevos proyectos propuestos no cesa. Reformulemos el teorema de la imposibilidad y demos respuesta a una posible búsqueda del bien común. Tratemos de encontrar el equilibrio entre el despliegue de las renovables y la preservación del territorio, porque, falacias aparte, descarbonizar la economía tiene su efecto sobre el medio ambiente, pero mayor puede ser el impacto de no hacer nada.

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