Es hora de que Europa disponga de un plan industrial propio
El miedo nos paraliza, nos bloquea, no nos deja pensar con claridad. Cuando uno considera estar en peligro, produce un profundo escalofrío previo a la lucha. Una pugna que acelera el ritmo cardíaco, altera la respiración y tensa los músculos, sin otro pensamiento que la propia supervivencia. En un mundo cada vez más fragmentado, la Unión Europea levantó las armas el pasado 5 de julio con la entrada en vigor, de forma provisional, de aranceles a los coches eléctricos chinos de hasta un 38 por ciento, a los que se han de sumar un 10 por ciento ya existente.
Un giro de guion con tintes defensivos que, lejos de proteger a la industria europea de automoción, amenaza con herirla ante el preludio de una guerra encarnizada en caso de no prosperar el diálogo entre Bruselas y Pekín. La alargada sombra del gigante asiático sobre el Viejo Continente ha precipitado a la Comisión Europea a iniciar mal el combate por el coche eléctrico. Y es que este bloqueo de puños no es más que un pequeño descanso en un ring en el que la competitividad es el árbitro que proclama ganadores y vencidos; y no nos vayamos a engañar, China lleva años en el podio.
Es hora de tomar conciencia y afrontar el envite vía innovación y tecnología, a partir de una política industrial europea realmente efectiva y a largo plazo. Quedan cuatro meses para que los 27 Estados miembros tomen una decisión final sobre un asunto de tal magnitud para la economía europea. Esperemos que antes triunfe la diplomacia, dejando a un lado ese absurdo afán por poner puertas al campo.
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