Como despedida del año, Eustat ha publicado el directorio de actividades económicas del País Vasco. Un termómetro al que no se le hace mucho caso, pero que muestra la capacidad de regeneración de tejido empresarial. El resultado, como desde hace ya demasiados años, se debe considerar negativo.

En los últimos catorce años, Eustat recoge que las empresas con sede social en el País Vasco se redujeron un 18,5% entre 2008 y 2022, de 179.953 a 146.701. Lo peor es que menguaron todos los años, salvo en 2019, y que en 2022 cedieron otro 1,1%. La industria manufacturera, lógicamente, evolucionó peor, por la competencia internacional y por las malas políticas industrializadoras y fiscales hacia sectores exigentes en capital y no reconocidas en su esfuerzo modernizador -no lo olvidemos-. En este caso, la baja del número de empresas se produjo todos los años del periodo con una cesión del 29,5%, de 13.659 en 2008 a 9.623 en 2022. Las personas empleadas por estas empresas también se movieron a la baja. Un 5,3% para el total, de 836.208 a 791.562; y un 21,9% para las manufactureras, de 200.836 a 156.790. En este último caso, en 2021 y 2022, se rompió la racha alcista iniciada en 2016.

La desindustrialización, que algunos ven en otros lugares, es una realidad vasca diaria. Las empresas de ingeniería mecánica por cuenta de terceros se desplomaron un 40,7% entre 2008 y 2022, de 1.553 a 921; las de forja y estampación, un 31,5%, de 324 a 222; las de máquina herramienta para los metales, un 40%, de 135 a 81; las de otra maquinaria, un 63,9%, de 158 a 57; o la de componentes, piezas y accesorios para vehículos de motor, un 35,5%, de 121 a 78. Es evidente que las bajas no las han compensado otros sectores emergentes, lo que obliga a reflexionar y enterarse de una vez que la manufactura necesita algo muy diferente a lo que se hace.

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