La industria está preocupada. Es un sentimiento que todavía no se manifiesta de forma generalizada. El sonar de las encuesta de confianza empresarial de Adegi y Laboral Kutxa, presentadas en los primeros días de octubre, recogen señales que advierten de posibles torpedos en la distancia. Bueno, ese sería el caso del termómetro de Laboral, sin sectorizar. El de Adegi es explícito: “Para el 30 por ciento de las empresas industriales guipuzcoanas sus mercados están en recesión, cifra que se eleva hasta el 40,4 por ciento en la metalurgia y productos metálicos, actividades vinculadas, entre otras a la cadena de valor del automóvil”.
La desconfianza se abre camino con la cada vez más evidente debilidad de Alemania, y también con la inconsistencia y lentitud de la Comisión para adoptar medidas. Son muchos los responsables empresariales ligados al automóvil que juzgan muy peligrosa la situación de la industria del motor europea. Su visión se resumen en dos aspectos: estamos en inferioridad competitiva con los chinos en el vehículo eléctrico y con los estadounidenses en el vehículo autónomo. Traducido: no adaptar la estrategia comunitaria no provocará solo un pinchazo, sino que quemará la junta de culata sectorial... Estamos ante una encrucijada en la que nadie parece disponer de la respuesta adecuada. Los aranceles extraordinarios aportan un poco de tiempo. Nada más. El futuro se gana con buena táctica y estrategia; incluso, aunque estas sean regulares, superan en efectos beneficiosos a la inacción o a permanecer al pairo. No estaría mal apelar a la tradicional libertad que durante años han ensalzado los anuncios automovilísticos. Animar la diversidad tecnológica, fomentar, con constancia y a largo plazo, la renovación del parque automovilístico.
Los usuarios elegirán la que crean mejor opción para cubrir sus necesidades... Aunque esto, me parece que es el ‘CO2’ que realmente se persigue.
Todos los derechos reservados Industria y Comunicación S.A.