La mejor política industrial es aquella que favorece las condiciones y las infraestructuras que permiten a la industria ser competitiva en un mercado global
Somos un poco pesados con la palabra que titula esta columna, ¿verdad?… siempre estamos con el mismo rollo… Cuentan que, hace muchos años, un ministro de un gobierno de Felipe González dijo algo así como que “la mejor política industrial es la que no existe”.
No podía estar más equivocado.
La mejor política industrial es aquella que favorece las condiciones y las infraestructuras que permiten a la industria ser competitiva en un mercado global. De ahí, lo pesados que somos con la palabrita. Y no. La industria no pide dinero. No reclama subvenciones o ayudas de estado, la industria pide cosas lógicas, perfectamente compatibles con la Sostenibilidad y que pueden ser asumidas por todas las ideologías que dan riqueza política a nuestra sociedad.
Pide calidad educativa, pide infraestructuras adecuadas, buenas comunicaciones y transportes. La industria reclama coherencia y previsibilidad en la legislación. Reivindica reglas de juego iguales para todos y que las decisiones políticas se tomen pensando en el largo plazo y con visión de conjunto, pensando en global y actuando en local. Toda decisión humana, toda aventura que se inicia tiene sus pros y sus contras, pero la globalización está demostrando que sus ventajas superan con creces a sus problemas. Que el comercio une a los pueblos e integra sociedades y está llevando a la humanidad hacia un mundo más inclusivo y solidario. La competitividad está en la esencia de la naturaleza porque está en el ADN de todas las especies.
La única solución a largo plazo es dirigir esa fuerza natural hacia el bien general. La ciencia, la técnica y la sociedad harán bien en encauzar esa tendencia natural hacia la Sostenibilidad y, para ello, la industria es un agente imprescindible. Cuidémosla.
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